“Si me preguntasen cual es el vino tinto que ofrece más calidad a cambio de su precio al día de hoy diría que el rioja” Esto escribía, ya hace años, el crítico británico y MW Hugh Johnson, describiendo así a la más antigua y mayor zona productora de vinos tintos de calidad.
Ha sido y es en gran parte, el espejo donde se miran elaboradores y enólogos españoles que se precian de hacer buen vino tinto. De hecho, fue un ilustre eclesiástico y viticultor, Manuel Esteban Quintano Quintano, el precursor del nuevo tinto español y el que aplicó el método “bordelés” a los vinos riojanos.
Bien es verdad, que abrió una ventana a la modernidad a los vinos de cosechero que se elaboraban fermentando los racimos enteros en aquellos lagares paralelepípedos de piedra, que estaban a ras del suelo en las bodegas de la época. Se trataba de vinos jóvenes concebidos para ser tomados dentro de su primer año de vida, del segundo a lo sumo.
En realidad, estos vinos nunca han dejado de elaborarse sobre todo en la Rioja Alavesa y su mercado natural ha sido siempre en el popular chiquiteo de los bares y tascas del País Vasco. Son los llamados vinos del año, alrededor de los cuales los franceses levantan cada llegada del invierno un inmenso y envidiable montaje publicitario y un inmenso negocio, que quizá nosotros no hemos sido capaces de hacer con los nuestros.
No cabe duda que, con el apoyo, a principios de la década de 1860 y con el proyecto denominado “Medoc Alavés” de la Diputación de Álava y gracias a técnicos franceses como, Jean Pineau, el vino español sufrió un cambio sustancial, se modernizó. Pineau estuvo cobrando, de la Diputación en aquella época, el triple que cobraba en Château Lanessan, donde había aprendido de su padre a elaborar vinos. Jean Pineau fue contratado por Guillermo Hurtado de Amezaga como maestro bodeguero en Elciego para trabajar en Riscal durante 21 años.
Las técnicas bordelesas también se pusieron en práctica en España gracias al alavés, Eloy Lecanda y Chaves, en la mítica bodega de Vega Sicilia, pionera en la plantación de varietales franceses en nuestro país.
Los riojas tintos han dominado siempre el mercado de una forma aplastante. Han sido los vinos para las grandes celebraciones y ocasiones y el centro de los restaurantes más refinados. Tintos de viva tonalidad rojo rubí, suaves, armoniosos en la boca, con una viva y singular frescura por esa acidez que siempre les caracterizaba. Vinos capaces de dejar en el fondo del paladar un cálido, grato y perfumado recuerdo.
A veces, se le ha criticado al rioja una excesiva homogeneidad, la ausencia de rasgos distintivos en la mayoría de sus etiquetas, pero los más puristas se defienden con el argumento, que “el coupage” provoca vinos de calidad media cosecha tras cosecha, ahí están algunos muy buenos C.V.C. como ejemplo.
Bien es verdad, que la tendencia es sacar al mercado vinos con correspondientes al año de la cosecha. Los bodegueros riojanos ya están apostando en estos tiempos, por dotar a sus vinos de perfiles más en sintonía con el gusto internacional del momento, lo que diríamos vinos fieles a su “terroir”.
Rioja es un microcosmos, goza de muy buena salud y hay infinidad de riojas que miran sin complejos a los mejores vinos del mundo. En el vino, como en la historia, para llegar a ser un clásico hay que haber sido antes un revolucionario. En honor a la verdad, el Consejo Regulador de la denominación de origen calificada Rioja, está haciendo una labor indiscutible en favor de estos grandes vinos y sobre todo con esta labor, favorece al consumidor.
Jesús Flores Téllez
Enólogo, crítico de vinos.
Premio Nacional de Gastronomía.