La trashumancia milenaria, con grandes rebaños de ganados recorriendo España cada primavera hacia las montañas del norte, para regresar en otoño a los pastos del sur, está considerada por la mayoría de los técnicos y especialistas modernos como una actividad anacrónica, condenada a una rápida y deseable desaparición. Sin embargo, la actual problemática ambiental y social que afecta a nuestro planeta, cada vez más super poblado y amenazado por el calentamiento global, hacen que la trashumancia española cobre especial relevancia, como ejemplo de aprovechamiento sostenible y de adaptación para enfrentarse a los grandes retos que afectarán a la humanidad durante las próximas décadas: garantizar agua y alimentos para 9.000 millones de personas, sin degradar más los recursos naturales y la fertilidad de los suelos, conservando la biodiversidad y las culturas tradicionales, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero, mitigando y adaptándonos al cambio climático y a la subida del nivel del mar, que inundará muchas de las regiones más productivas y pobladas del planeta.
Las Naciones Unidas han hecho un llamamiento por ello a todos los países industrializados para que reduzcan el laboreo agrícola y el empleo de abonos y de pesticidas, grandes emisores de gases de efecto invernadero. La alternativa es fomentar una ganadería extensiva, basada en los pastos naturales como sumideros de carbono y evitando la importación de cereales y de harinas para los cebaderos de ganadería intensiva. Estos recursos serán imprescindibles para la alimentación humana de los países empobrecidos, donde mil millones de personas ya pasan hambre y otros dos mil millones malviven sin suficientes recursos, prácticamente la mitad de la actual población de nuestro planeta.
En respuesta, la Comisión Europea ha iniciado una reforma de la Política Agraria Común que persigue para el período 2009-2012 una gestión sostenible de los recursos naturales, en especial del suelo y del agua, fomentando la ocupación equilibrada del territorio, la preservación del paisaje rural, el mantenimiento de los espacios naturales y deteniendo la pérdida de la biodiversidad. En este contexto, la trashumancia tradicional española cobra una dimensión de excepcional importancia, pues permite el aprovechamiento sostenible de grandes extensiones de nuestro territorio, condenadas de lo contrario a la desertización y al abandono. Al poder adaptarse inmediatamente a las condiciones climáticas cambiantes, el ganado trashumante puede evitar las situaciones adversas, disponiendo para ello de una infraestructura ganadera única en el mundo: la red nacional de vías pecuarias, con más de 125.000 Km de longitud y 400.000 Ha de superficie, que enlaza entre sí prácticamente todas las comarcas del país.
Por otra parte, tanto las dehesas del sur como los puertos de montaña del norte están divididos desde hace siglos en “millares”, terrenos de unas 500 ha de extensión que se aprovechan alternativamente en invierno y en verano con un millar de ovejas o con cien vacas madres. Paredes de piedra, setos vivos, fuentes, pozos, abrevaderos, tenadas y majadas, razas autóctonas seleccionadas durante generaciones y un depurado conocimiento de su manejo y aprovechamiento, completan un patrimonio ganadero y cultural de excepcional importancia para garantizar el desarrollo sostenible de nuestras comarcas rurales.
Hay que considerar que España será uno de los países más afectados por el cambio climático, que ya se hace patente sobre todo en las zonas de alta montaña, en el arbolado y en los humedales. Durante las últimas décadas las lluvias han disminuido un 20%, con un aumento de las temperaturas de 1,4ºC, el doble de la media mundial, provocando una crisis hídrica que se agravará progresivamente. El 35 % del territorio sufre procesos erosivos graves, y los incendios forestales abrasan cada año grandes extensiones. Se estima que entre el 15 y el 30% de las especies se extinguirán próximamente si no logran adaptarse a las condiciones cambiantes del entorno. Para ello serán imprescindibles las vías pecuarias, pues permiten la migración altitudinal de las especies desde los pastizales meridionales hasta las cumbres de los grandes sistemas montañosos.
Pero su funcionalidad como corredores ecológicos requiere que sean pastadas y abonadas regularmente por el ganado. Cada mil ovejas o cada cien vacas aportan diariamente al terreno por el que transitan más de tres toneladas de estiércol con unos cinco millones de semillas, de las que germinarán posteriormente más del 30%. Por tanto, durante una trashumancia tradicional de un mes de duración y 500 km de recorrido, pastando las hierbas y ramoneando los arbustos, cada rebaño fertiliza las cañadas con más de cien toneladas de abono y doscientos millones de semillas, que son trasladadas durante decenas de kilómetros desde los valles y laderas hasta las cumbres y mesetas, facilitando así que las plantas, y las especies animales que de ellas dependen, puedan adaptarse y sobrevivir a las nuevas condiciones climáticas.
Durante los últimos años, la mejora, deslinde y amojonamiento de muchas vías pecuarias por parte de la mayoría de Comunidades Autónomas, en cumplimiento de la Ley 5/95, y la difusión de modernas tecnologías como los sistemas de posicionamiento global (GPS), están permitiendo a los ganaderos recorrer con seguridad las principales cañadas sin necesidad del conocimiento previo de las mismas. Otros avances importantes han sido la utilización generalizada de rediles y pastores eléctricos, para sestear y dormir en cualquier paraje adecuado, los vehículos todo terreno con vivienda incorporada, la telefonía móvil y el apoyo decidido de la guardia civil en situaciones conflictivas. La colaboración de varios propietarios para realizar la trashumancia, reuniendo grandes rebaños de unas 3.000 ovejas o 500 vacas, hacen que la trashumancia del siglo XXI pueda convertirse en una actividad gratificante y rentable, si se eliminan las absurdas dificultades administrativas que agobian actualmente a los ganaderos.
Jesús Garzón
Asociación Concejo de la Mesta